lunes, 28 de febrero de 2011

Fragmento de "El misterio de Salem's Lot", Stephen King

Cuando leí El misterio de Salem's lot, hace ya casi veinte años, sabía lo que me podía esperar de un escritor especializado en novelas de terror como King, y si se trataba de un libro de vampiros, como así lo demostraba la foto de la cubierta, no había duda. Sin embargo, este pasaje me dejó estupefacto. Sí que daba miedo de verdad. Y lo daba precisamente porque se trataba de un terror absolutamente real, de vampiros y monstruos que viven entre nosotros:


6.05 A.M.

            Los tenues gemidos del bebé perforaron el liviano sueño mañanero de Sandy McDougall, que se levantó para atender al niño con los ojos todavía hinchados. Se golpeó la pierna contra la mesita de noche y soltó una maldición.
            Al oírla, el bebé chilló con más fuerza.
            -¡Cállate, que ya voy! –le gritó Sandy.
            Por el estrecho pasillo de la roulotte fue hasta la cocina. Era una muchacha delgada en quien quedaba muy poco de la belleza que en algún momento podía haberle adornado. Sacó de la nevera el biberón de Randy y pensó en calentárselo, pero después decidió que sólo tenía ganas de mandar al diablo todo. “Si tanta hambre tienes, mocoso, te lo puedes tomar frío”, se dijo.
            Fue hasta el dormitorio del niño y lo miró friamente. Tenía diez meses, pero era enfermizo y llorón para su edad. Todavía no hacía un mes que había empezado a gatear. Tal vez tuviera la polio o sabe Dios el qué. Ahora tenía algo en las manos, y en la pared también. Sandy se acercó más, pensando qué demonios podría haber encontrado.
            Sandy tenía diecisiete año, y en julio ella y su marido habían celebrado el primer aniversario de boda. En el momento de casarse con Royce McDougall, embarazada de seis meses y sin posibilidad de alguna de disimular su estado, el matrimonio le había parecido la bendición que el padre Callahan decía que era: una bendita escotilla de escape. Ahora creía que no era más que un montón de mierda.
            Exactamente, advirtió consternada, lo que Randy tenía en las manos y con lo que había ensuciado su pelo y las paredes.
Se quedó mirándolo sombriamente, con el biberón en la mano.
            Para eso, reflexionó, había dejado la escuela secundaria, sus amigos, sus esperanzas de llegar a ser modelo. Por ese piojoso remolque aparcado en el Bend, donde ya la formica se desprendía de los muebles, por un marido que trabajaba todo el día en la tejeduría y por las noches se iba a beber o a jugar al póquer con los inútiles de sus amigos de la gasolinera. Por un mocoso que era el retrato del inútil de su viejo y que lo embadurnaba todo de caca.
            Y que gritaba con toda la fuerza de sus pulmones.
            -¡Pero cállate! –vociferón a su vez Sandy.
            Arrojó contra el niño el biberón de plástico, que le golpeó en la frente y le hizo caer de espaldas en la cuna, llorando y agitando los brazos. Bajo el nacimiento del pelo le había quedado una marco roja, y Sandy sintió una horrible oleada de satisfacción, pena y odio que le anudó la garganta. Levantó al niño de la cuna como si fuera un trapo.
            -¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
            Antes de poder dominarse, ya le había dado dos puñetazos, y el esfuerzo de Randy por gritar era tal que dejó de emitir ningún sonido. Con el rostro purpúreo, se quedó tendido en la cuna, jadeante.
            -Perdóname –murmuró Sandy-. Jesús, José y María, perdóname. ¿Te he hecho daño, Randy? Espera un minuto que mami te va a limpiar.
            Cuando Sandy volvió con un trapo mojado, Randy tenía los ojos hinchados y se le estaban amoratando, pero se tomó el biberón, y cuando empezó a limpiarle la cara con el trapo mojado, le sonrió con su sonrisa sin dientes.
            “Le diré a Roy que se me cayó mientras le cambiaba –pensó Sandy-. Se lo creerá. Oh, Dios, que se lo crea, por favor.”



domingo, 27 de febrero de 2011

René Lavand

Lugar de honor para este relato que René Lavand incluye en sus espectáculos. Como él mismo afirma, desconozco el autor. Se trata de un cuento que llevaba buscando bastante tiempo. Se lo oí hace cosa de quince años y desde entonces no habían vuelto a tener referencia de él. Al parecer "La rosa", otro clásico del argentino al que reservo un espacio en este blog, había ocupado su lugar... hasta ahora.La única vez que he podido assitir a una actuación del lentidigitador lo hice durante apenas unos segundos y cuando ya se estaba despidiendo. Y lo hizo con este cuento:

Una niña enferma contemplaba desde su lecho un viejo árbol que estaba apoyado en la pared de un viejo patio en un viejo conventillo de París.
La niña quería mucho a ese árbol y pensaba que su vida se iba extinguiendo con la caída de las hojas.
Y el invierno arreciaba, y las hojas caían.
Su madre, sin dinero para médicos ni remedios, subió a un altilla a pedir plata prestada a un bohemio pintor que allí vivía. No tenía un centavo.
Y el invierno arreciaba, y las hojas caían.
Cuando quedó una sola hoja por caer, la madre imploró al cielo que esa hoja no cayera. Y esa hoja no cayó.
La niña se recuperó con nuevos bríos y el árbol retoñó con nuevos brotes.
Paseaban esa primavera madre e hija por el patio y recordaron al bohemio pintor que había muerto de un enfriamiento ese cruel invierno.
Y se acordaron también de aquella hoja. Y fueron a buscarla.
¡Quedaron paralizadas! ¡La hoja estaba pintada en la pared!
Fue la obra póstuma de un gran artista que quisó ser el instrumento de Dios aquí en la tierra para salvar una vida.

Declaración de principios


Bueno, una vez sentadas las bases, pongo en marcha el blog.
Básicamente se trata de que, efectivamente, sea una bitácora. No un diario ni un conjunto de entradas de Facebook, al que últimamente considero una sinsorgada. (Sí, me encanta esa palabra).
Quiero recoger aquí pasajes, capítulos, escenas o relatos cortos que en algún momento me han impactado de una u otra forma y que considero que hay que “salvar”.
Sobre los comentarios, los propios, avanzo que prefiero que sean los mínimos, que cada fragmento se exprese por sí mismo.
Sobre los comentarios, los ajenos, cada cual que aporte lo que crea conveniente.
Bienvenido.

Prólogo: La historia detrás de la palabra.

Lógicamente, esta historia no la recuerdo en primera persona pero, de tantas veces que la he podido escuchar desde entonces, sin duda la doy por cierta.

Mataparientes,
Boletus erythropus. Pie rojo Fr.
Otros nombres:
Vascuence: Onddo hankagorri
Catalán: Mataparent de cama roja, mataparent de peu vermell
Clase: Basidiomicetos
Orden: Boletales
Familia : Boletáceas
Se trata se una seta de buen tamaño, en la que destacan su sombrero de color marrón rojizo, marrón oscuro o castaño, rojo vivo en las mordeduras, de superficie seca y ligeramente afelpada y sus poros también de un intenso color rojo, que azulean rápidamente al tocarlos.




Debía de ser a mediados de la década de los setenta y debía de ser por Navidad porque cada año, por esas fechas, los calendarios eran regalo habitual en bares, los de bolsillo, y en bancos y cajas de ahorros, los de paded. En cada uno de éstos y bajo un temática común, los doce primeros meses que estaban por llegar iban acompañados de imágenes que suponían un atractivo irresistible para un niño de cuatro años.
Era una más de las tradiciones navideñas. Cuando el padre llegaba a casa con alguno de estos calendarios, el pequeño de la casa se apresubraba a hacerse con ellos y revisar con avidez las fotografías con más de un siglo de vida, bonitos paisajes de la tierra, dibujos de la fauna local o, como era ese el caso, de las especies micológicas más habituales de la zona.
Una tarde el niño estaba tirado en el suelo del salón, abstraido entre dibujos de amanitas, boletus y lactarius, mientras su madre se encontraba cosiendo. Entonces se dirigió a ella diciendo: “Mira, mamá, esta seta se llama Mataparientes”.
Podréis suponer la sorpresa de la madre, que hasta entonces desconocía la recién desarrollada habilidad de su hijo. Había aprendido a leer de forma natural. El resultado de la exposición habitual a la palabra escrita.
Esa fue la primera palabra que leí. Después llegarían unas cuantas más.
Mataparientes fue mi primer paso y ahora debe ser el nombre de este blog.